El libro trata en su totalidad acerca de la muerte, y
se puede subdividir en dos partes.
La primera abarcaría aproximadamente la primera mitad
del libro, en la que José Saramago narra cómo es la vida en un país
desconocido, en el que la Muerte deja de “funcionar” desde el 1 de enero de un
año indeterminado. Esto genera una crisis económica, social, política y
sanitaria. Las empresas funerarias y las compañías de seguros se estancan. Los
hospitales y las residencias para la tercera edad se colapsan con pacientes en
un estado de “muerte suspendida”, como si estuvieran en un coma. Surgen
movimientos de patriotismo y nacionalismo, a la par que movimientos
republicanos. La pirámide de la población se invierte de tal modo que las
personas jóvenes se verán destinadas a dedicarse únicamente a cuidar de “vivos
muertos”, y se plantea la construcción de barrios, ciudades y metrópolis de
“cementerios de vivos”. No obstante, del otro lado de la frontera todavía se
podía morir, así que una “maphia” soborna al Ministerio de Interior para
hacerse con el control de lo que sería una eutanasia, únicamente al alcance de
los sectores más pudientes de la población.
Esta situación se mantiene durante siete meses y da un
giro inesperado cuando, a mitad de la narración, la muerte decide enviar una
carta al presidente anunciando que retomará su actividad y que, además, avisará
a cada persona de su muerte una semana antes con una carta morada. Y
efectivamente, así fue.
En la segunda parte del libro, José Saramago se dedica
pues a describir cómo es el trabajo de la muerte. Cómo redacta sus cartas y las
envía, qué pasa cuando no llegan al destinatario, etc. A raíz de un error de la
muerte al enviar una carta, se abre una nueva narración, en la que intenta
enmendarlo y se adentra en el mundo de los humanos. La muerte descrita por
Saramago es un esqueleto femenino, que se hace grande, terrorífica, cruel e
intimidante cuando está enfadada, pero que se vuelve pequeña, vulnerable, y
desprotegida cuando se equivoca, cuando siente soledad, o cuando le abruma la
ternura de que un perro se siente sobre su regazo.
Personalmente he disfrutado mucho el libro, tanto por
el aspecto didáctico filosófico, como por las críticas sociales y la narración
del autor. Se plantean varias cuestiones filosóficas que resultan muy curiosas,
como por ejemplo el que haya muchas “muertes” y que estén jerarquizadas. Una
muerte encargada de cada individuo, una muerte a cargo de cada reino de los
seres vivos, y la Muerte, que supondría el final de universo y de todo lo conocido
y que cuando acontezca, no habrá nadie para pronunciarla. Me han resultado
también graciosas algunas críticas a la Iglesia que, ante esta situación,
modificaría su planteamiento varias veces (perdiendo toda credibilidad posible)
para poder mantener a sus fieles seguidores. Me ha asustado también cómo
algunas críticas a los políticos o a la monarquía serían aplicables en nuestro
país en la situación que estamos viviendo actualmente, por el Covid-19 y por la
crisis de las pensiones.
En cuanto a la narración, me fascina el modo en que el
autor va anticipando las consecuencias de la hipotética desaparición de la
muerte. Los hechos van uno detrás de otro, encadenándose perfectamente y de
forma lógica, como si cayeran piezas de un dominó. También he disfrutado sobre
todo los recursos literarios del autor, como por ejemplo una correspondencia
entre la forma y el fondo. El personaje de “la muerte” no escribe nunca con
mayúsculas y a su vez, ningún nombre propio mencionado en la obra (J.S. Bach,
Chopin, Proust, la Muerte) llevaba sus correspondientes mayúsculas.
Lo único que me ha echado un poco para atrás durante
la lectura era la dificultad de seguir leyendo algunas frases que en ocasiones
abarcaban media página. Pero al margen de eso, me ha encantado el libro. Lo
recomendaría a cualquier persona, pero especialmente a aquellas que estén
interesadas en cuestiones filosóficas.
Laura
Marco Illán (1º Bach C) (2020)
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