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viernes, 25 de febrero de 2022

En las montañas de la locura

 


La historia transcurre en la Antártida donde William Dyer, un geólogo instructor de la Facultad de Miskatonic, realiza una expedición junto con su equipo. En la expedición un grupo de académicos comandado por Dyer descubrió unas ruinas tan terroríficas como fantásticas, y el misterio que hay más allá de una cadena de montañas más alta que el Himalaya. El grupo descubrió esta cordillera, y encontró 14 especímenes de una manera de vivir completamente desconocida para la ciencia, imposible de clasificar como vegetal o animal. Seis de estos especímenes estaban dañados, pero los otros estaban misteriosamente indemnes. Sus características de colosal forma evolucionada proporcionaban una serie de cuestiones sobre su origen y estructura. A través de las semejanzas con criaturas de los mitos nombrados en el “Necronomicón'' son llamados “Antiguos”.

Cuando la expedición primordial pierde el contacto con Dyer, tanto él como el resto de compañeros de expedición están premeditados a esta base a investigar. La base está devastada, los hombres y los perros se hallan muertos, aunque uno de cada queda desaparecido. Dyer y un estudiante graduado llamado Danforth vuelan en aeroplano sobre las montañas, las cuales tienen estructuras de tamaño colosal formada por cubos y conos, con una arquitectura completamente diferente a cualquier arquitectura humana. Al investigar la localidad a pie ambos tienen la actitud de estudiar la crónica de los Antiguos interpretando los magníficos murales de jeroglíficos. Los “Obsoleto'' llegaron a la Tierra poco después de que la Luna se formase a partir de la Tierra, y fueron los desarrolladores de la vida. Construyeron localidades con el acompañamiento de los “Shoggoths'', unos seres conformados para realizar cualquier labor, capaces de asumir cualquier forma. Mientras más elementos se dirigían a sostener el orden, los jeroglíficos se volvían más primitivos. Los murales aluden también a un mal sin nombre que provocaba un colosal temor. Con el tiempo, la Antártida se volvió inhabitable para los Antiguos que debieron emigrar al colosal océano subterráneo. Dyer y el estudiante, caen en la cuenta de que no están solos en la localidad. Los especímenes de Antiguos perdidos han regresado a la vida, son los causantes de la matanza de la base de Lake, y después regresaron a la localidad. Dyer y Danforth se dan cuenta de las huellas de los Antiguos a lo largo de su exploración, así como los restos de los cuerpos del hombre y el perro desaparecidos.

Mientras avanzaban por la localidad, son atraídos por una colosal entrada a un túnel que transporta a la región subterránea descrita en los murales. Según descienden encuentran nuevos horrores: la prueba de un “Obsoleto” que fue ejecutado y de unos pingüinos colosales albinos que deambulan por el lugar. Oportunamente escapan salvando sus vidas. En el avión, sobrevolando la meseta, Danforth mira hacia atrás y ve algo que le hace perder la cordura. Se niega a decir a nadie qué es lo que vio, aunque ofrece a cubrir que tiene algo que ver con aquello que temían los Antiguos. El Profesor Dyer deduce que los “Antiguos” y su civilización fueron destrozados por los “Shoggoths''. Los “Shoggoths'' deberían haber sobrevivido hasta esta época alimentándose de los gigantescos pingüinos ya hace millones de años. Ruega a los integrantes de la siguiente expedición que se mantengan apartados de cosas que no deberían ser molestadas.

 

Pablo Gallego Hernández (2022)

lunes, 25 de abril de 2011

El horror de Dunwich



En un pueblo situado en el borde de una montaña había una familia llamada Whateley. En esta familia había varias ramas, la rama limpia, la rama decadente y la rama un poco de las dos cosas. La rama decadente vivía en la ladera de la montaña y estaba formada por un padre y su hija Laviana, una chica albina, nada atractiva.
Laviana Whateley no tenía marido, pero se quedó embarazada. Nadie en el pueblo sabía quién era el padre del niño, pero había rumores de que podía haber sido concebido por brujería. El niño nació el día de la Candelaria y no fue hasta una semana más tarde que el viejo Whateley bajó al pueblo y dijo que llegaría un día en que oirían el nombre del padre de su nieto en la cumbre de Sentinel Hill. El niño se llamaba Wilbur, y crecía de una manera increíble. Sus facciones recordaban a algo que no era de este mundo.
El tiempo pasó y Wilbur iba haciéndose más grande. A los diez años ya parecía haber alcanzado la madurez. Fue a esta edad cuando el viejo Whateley murió dejándole una tarea: tenía que alimentar a lo que estaban criando; tenía que prepararlo todo para dejar regresar a los Antiguos. Al poco tiempo, Laviana Whateley también murió y Wilbur se quedó solo ante el cometido de su abuelo.
Wilbur no se rindió y siguió buscando información e intentando leer el Necronomicón, un libro de amenazas a la paz. Para poder leer este libro tenía que ir a la biblioteca de Miskatonic. Allí pudo leerlo, aunque necesitaba llevárselo a su casa para poder comprobar algunas cosas, pero el bibliotecario, Henry Armitage, no se lo dejó. Wilbur estaba enfadado por eso, así que esa noche intentó robar el libro, pero no pudo ya que lo pillaron y murió. En su muerte, H. Armitage y dos colegas suyos se dieron cuenta de que Wilbur no era de este mundo y necesitaban investigar qué era y qué necesitaba saber del Necronomicón.
Mientras tanto, en Dunwich, se había desatado el terror. Lo que sea que el viejo Whateley y Wilbur guardaban y estaban alimentando, se había escapado y estaba haciendo desparecer a familias enteras.
Cuando H. Armitage se dio cuenta de lo que pasaba y la solución que tenía, llamó a los dos colegas que habían visto el cuerpo de Wilbur y pusieron rumbo Dunwich. Allí vieron cosas que jamás se hubieran imaginado ver.

Al principio de este libro te lías un poco y no entiendes casi nada, pero conforme va avanzando la historia te enganchas y quieres saber más y más. Es un libro que mezcla el terror y la acción, pero sin dar mucho dramatismo.


Belén Galera Sánchez (1º Bach C. 2011)