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viernes, 29 de diciembre de 2023

La impaciencia del corazón

 


En 1938, el narrador se encuentra con Anton Hofmiller, titular de la Orden de María Teresa, que le cuenta lo que le sucedió cuando tenía veinticinco años. El narrador escribe su historia cambiando únicamente los nombres y algunos pequeños detalles. Anton Hofmiller era hijo de un pobre funcionario con una familia numerosa. Fue enviado a una escuela militar de la que se graduó a los dieciocho años, e ingresó en la caballería gracias a un pariente lejano. El escuadrón donde servía fue trasladado a una pequeña ciudad cerca de la frontera húngara. En mayo de 1914, Anton fue presentado al hombre más rico de la zona, el señor Kekesfalva, y fue invitado a la casa del mismo. Bailó mucho con Ilona, la sobrina de Kekesfalva, y otras chicas; fue a las diez y media cuando se dio cuenta de que había ignorado a la hija del señor Kekesfalva y no la había invitado al vals. En respuesta a su invitación, Edith Kekesfalva rompió a llorar. Anton no entendía qué le pasaba, e Ilona le explicó que Edith tenía las piernas paralizadas y no podía dar un paso sin muletas, confesión que hizo a Anton marcharse avergonzado.

Para remediar aquello, Anton compró un enorme ramo de rosas para Edith con el dinero que le quedaba. La muchacha le respondió con una carta de agradecimiento y le invitó a tomar una taza de té. Cuando Anton llegó, Edith e Ilona le recibieron con calidez, y pronto el hombre decidió que Ilona le parecía una mujer de verdad con la que quería bailar y besarse, mientras que a Edith la consideraba una niña a la que consolar. Cuando Anton vio por primera vez a Edith, usando muletas y arrastrando las piernas con dificultad, quedó horrorizado. Se sintió impotente al ver su sufrimiento y deseó vengarse de los sanos, haciendo que contemplaran su tormento. El padre de Edith llamó a los médicos más destacados con la esperanza de encontrar una cura, ya que cinco años antes ella era una niña alegre con toda movilidad. Le pidió al teniente que no se sintiera ofendido por Edith, explicando que, a pesar de su actitud a veces dura, tiene un corazón bondadoso. Anton sintió compasión y hasta se avergonzó de su propia salud.

Una vez, cuando galopaba sobre un caballo, pensó de repente que, si Edith lo veía desde la ventana de la finca, podría ser doloroso para ella contemplar su carrera. Detuvo el galope y dio a sus lanceros la orden de trotar y solo les permitió retomar la velocidad cuando la finca ya no estaba a la vista. Sentía una profunda simpatía por la desafortunada Edith y se esforzó por alegrar su existencia. Viendo cómo las niñas se alegraban por su llegada, comenzó a visitarlas casi a diario, compartiéndoles historias divertidas y entreteniéndolas como mejor podía. La dueña le agradeció que hubiera devuelto el buen humor a Edith, que volvió a estar casi tan alegre como antes.

Anton descubrió que Ilona estaba comprometida con un ayudante de notario de Bechkeret y esperaba a que Edith mejorara para casarse con él. Se rumoreaba que Kekesfalva ofrecía una dote a un pariente necesitado para posponer el matrimonio. La atracción de Anton por Ilona se desvaneció rápidamente, centrando su afecto en Edith, vulnerable e indefensa. Sus camaradas se burlaron de él, y dejó de asistir a las fiestas en el León Rojo y lo hicieron sentir más como un dador y ayudante. Comenzó a visitar a los Kekesfalva con menos frecuencia y en consecuencia Edith se sintió ofendida, así que él luego le pidió disculpas. Para evitar disgustar a la muchacha, Anton retomó sus visitas a la finca. Kekesfalva le pidió a Anton que consultara al Dr. Cóndor sobre las posibilidades de recuperación de Edith, pues estaba cansada de la incertidumbre. Él prometió conseguir esa información y, después de cenar con los Kekesfalva, habló con el Dr. Cóndor al respecto. Cóndor estaba preocupado no por Edith, sino por su padre, quien estaba muy inquieto. Resulta que Kekesfalva, a quien pensaban noble, en realidad se llamaba Lemmel Kanitz y nació en una familia judía pobre. Cuando era joven, Kanitz se volvió exitoso en Viena. Compró la finca Kekesfalva engañando a Fraulein Ditzenhoff y luego sintió culpa. Le ofreció devolver la finca si ella se arrepentía, pero acabaron casándose. Kanitz se hizo cristiano, cambió su nombre a von Kekesfalva y fueron felices hasta que su esposa murió de cáncer.

Después de que su esposa muriera y el dinero no pudiera salvarla, Kanitz dejó de valorar tanto el dinero. Se centró en cuidar a su hija y gastaba dinero sin preocuparse. Cuando Edith se enfermó, Kanitz lo vio como un castigo por sus acciones pasadas y se esforzó para curarla. Anton consultó a Cóndor sobre la posibilidad de curar a Edith, y Cóndor admitió sinceramente que no lo sabía. A pesar de probar varios tratamientos, no había tenido resultados positivos. Cóndor también escribió al profesor Vienneau para conocer su método, pero aún no había recibido respuesta. Después de hablar con Cóndor, Anton se encontró con Kekesfalva, quien esperaba ansioso en la lluvia para conocer la opinión del médico sobre Edith. Para no decepcionar al anciano, Anton le dijo que Cóndor probaría un nuevo método de tratamiento, generando esperanza. Kekesfalva compartió esta noticia con Edith, quien creyó que pronto se curaría. Cuando Cóndor recibió una respuesta negativa del profesor Vienneau, Anton convenció a Cóndor de ocultar la verdad a Edith para no desanimarla. Aunque Cóndor advirtió a Anton sobre asumir demasiadas responsabilidades, Anton creía que mantener el ánimo de Edith era crucial. Anton leyó un cuento de hadas a Edith y, al día siguiente, ella anunció que se iría a Suiza para tratamiento. Cuando Edith insistió en pagar el viaje de Anton, este se negó por orgullo. Edith, enfadada, expresó su desesperación y luego se disculpó. En un momento sorprendente, besó apasionadamente a Anton, revelando sus sentimientos. Anton, confundido, descubrió que Edith lo amaba desde hacía tiempo. Ilona le explicó que convenció a Edith de que Anton también la amaba. Ilona instó a Anton a no decepcionar a Edith, quien estaba a punto de recuperarse, aunque el tratamiento sería exigente. Anton recibió cartas de amor de Edith, pero ella le pidió que destruyera la primera. Cometió un error durante ejercicios militares y provocó la ira del coronel. Anton consideró renunciar, dejar Austria y pidió ayuda a un amigo, que le ofreció un trabajo en un barco. Escribió una carta de renuncia, pero recordó las cartas de Edith y consultó con Cóndor. Descubrió que Cóndor vivía en un barrio pobre y estaba casado con una mujer ciega. Cóndor le advirtió que, si huía después de haber afectado a Edith, la mataría. Anton decidió no renunciar y empezó a sentir gratitud por el amor de Edith. Aunque esperaba su partida a Suiza para conseguir libertad, Ilona le informó que se posponía. Edith cambió de opinión sobre el tratamiento al darse cuenta de que solo quería estar sana por Anton. Kekesfalva suplicó a Anton que no rechazara el amor de Edith.

Anton trató de explicar que casarse con Edith ahora podría dar lugar a malentendidos, ya que pensarían que era por dinero o lástima. Dijo que después de la recuperación de Edith, todo sería diferente. Kekesfalva pidió transmitir estas palabras a Edith. Aunque Anton sabía que la enfermedad de Edith era incurable, prometió no casarse por el momento. Antes de irse, Edith lo abrazó en un gesto tierno durante un brindis, sellando así el compromiso. Puso un anillo en el dedo de Anton para que pensara en ella. Anton se alegró por la felicidad de la gente, pero cuando Edith intentó guiarlo sin muletas y cayó, en lugar de ayudarla, retrocedió horrorizado. Se dio cuenta de que debía demostrarle lealtad, pero sin fuerzas para engañar, huyó cobardemente. Entristecido, Anton fue a un café donde se encontró con amigos. El farmacéutico ya había dicho a algunos criados de Kekesfalva que Anton se comprometió con Edith. Incapaz de explicar lo que no entendía bien, Anton negó la veracidad. Al darse cuenta de su traición, consideró suicidarse, pero primero decidió contarle todo al coronel. Este desaconsejó el suicidio y prometió abordar el malentendido con quienes escucharon las palabras de Anton.

Al día siguiente, el coronel envió a Anton con una carta al teniente coronel en Chaslavice, y Anton partió a la mañana siguiente. Mientras se dirigía a Viena, Anton buscó a Cóndor, pero no lo encontró en casa. Dejó una carta detallada para Cóndor, pidiéndole que fuera a ver a Edith y le contara cómo había renunciado al compromiso de manera cobarde. Expresó que, si Edith lo perdonaba, el compromiso sería sagrado, y él se quedaría con ella para siempre, recuperándose o no. Anton sintió que su vida ahora pertenecía a la chica que lo amaba. Preocupado de que Cóndor no recibiera la carta a tiempo, Anton envió un telegrama a Edith desde la carretera, pero no fue entregado en Kekesfalva debido al asesinato del archiduque Francisco Fernando, que interrumpió el servicio postal. Anton logró contactar a Cóndor en Viena, quien le informó que Edith aún no sabía de su traición. En un momento decisivo, Anton se arrojó desde una torre.

Después, en el frente, Anton ganó fama por su valentía, aunque la realidad era que no valoraba su propia vida. Tras la guerra, reunió coraje, dejó atrás el pasado y empezó a vivir como todos los demás. Sin embargo, en un momento en la Ópera de Viena, al ver al Dr. Cóndor y su esposa ciega juntos, Anton sintió vergüenza. Temiendo ser reconocido, abandonó rápidamente la sala cuando cayó el telón tras el primer acto. Desde ese momento, se convenció de que "ninguna culpa puede olvidarse mientras la conciencia la recuerde".

En conclusión, a través de la cautivadora historia de Anton y Edith, Zweig crea una trama emocionalmente intensa que deja una impresión duradera. Su narrativa sutil y profunda invita a reflexionar sobre la naturaleza humana, la redención y la persistencia de la culpa en el devenir de la vida. Una obra maestra que perdura en la mente, recordándonos la inevitable conexión entre nuestras acciones y nuestra conciencia.

 

Sofía El Omari (2023)

jueves, 6 de abril de 2023

La impaciencia del corazón

 


La impaciencia del corazón es un libro que trata sobre un teniente llamado Anton Hofmiller, quien gracias a un compañero del cuartel donde él trabaja, consigue asistir a una gran cena propuesta por los Kekesfalva, una familia grande y adinerada, ya que en esa casa vive Ilona, la chica por la que él se siente atraído. Cuando llega a la cena observa a todo el montón de gente que había asistido a la cena, Anton, después de un par de copas de vino y un rato de charla con varios de los asistentes, se lo estaba pasando en grande bailando y riendo con las chicas de la casa, hasta que se dió cuenta de que estaba bailando con todas ellas menos con una, Edith Kekesfalva, hija del viejo propietario de la casa Von Kekesfalva, esta, se encontraba en un rincón de la sala sentada en una silla, por lo que Hofmiller al verla en esa situación decidió acercarse e invitarla a bailar, gran error por su parte, la chica comenzó a llorar desconsoladamente y él no entendía nada, hasta que su prima Ilona lo advirtió de que la chica quedó inválida en un accidente, Hofmiller al instante se sintió tremendamente mal por ella y deseó por todo lo que más quisiera nunca haber pronunciado esas palabras, pero el daño ya estaba hecho, la chica siguió llorando desconsoladamente. Cuando por fin terminó la cena que para Anton (o como lo llamaban algunos compañeros de cuartel, Toni) había sido interminable, decide al día siguiente enviar unas flores a la casa con un mensaje de arrepentimiento.

Tras este hecho comienzan una serie de visitas a la casa Kekesfalva a las que Anton se irá acostumbrando cada vez más.

Al principio esas visitas Anton solo se las tomaba como una obligación para pedir perdón por lo sucedido, pero con el paso del tiempo esas visitas eran cada vez más usuales, tanto que la joven Edith acabó perdidamente enamorada de Hofmiller, aunque desgraciadamente, esos sentimientos no eran mutuos porque el sentimiento principal que sentía él era la compasión, pero llegó a tomar su amor solo para que la joven no sufriera más, pero nunca llegó a demostrar su relación en público y mucho menos ante sus compañeros de cuartel.

Von Kekesfalva está desesperado por encontrar una cura para su hija, y Condor que es un médico gran amigo de la familia, les dice que en Viena hay un tratamiento para su hija que puede salir bien, pero Edith perdió la esperanza hace tiempo, así que nada cambia en su estado de ánimo cuando se entera de este tratamiento, porque no ya no hay nada que le vaya a hacer cambiar de opinión respecto a eso, excepto una cosa, Anton, Kekesfalva, le suplica al joven que la haga cambiar de opinión, que solo a él lo escuchará y le hará razonar, y eso intenta el joven y de pronto parece que la muchacha recupera esa esperanza en poder curarse, todo transcurre bien, hasta Anton le hace creer a Edith que está enamorado de ella.

Anton tiene que marcharse a la guerra, y Edith continua en Viena con el tratamiento, pero cada día tiene menos esperanzas, una noche, este recibe una llamada al cuartel donde se encuentra y resulta que era de Condor, había llamado para anunciarle de que había ocurrido un asesinato al príncipe, y que esa misma noche, Edith desde la mansión Kekesfalva había decidido acabar con su vida arrojándose al vacío desde una ventana. Anton estaba hundido y el único lugar donde se refugió fue en la guerra, ya que como él mismo dice ‘’ donde la lucha era más encarniza, yo me sentía a gusto’’, ya no le temía a la muerte, nada tenía sentido, solo esos cuatro años de guerra donde podía refugiarse de los pensamientos.

Este libro me ha gustado, aunque tengo que admitir que al principio no es un libro que motive a seguir leyendo, pero cuando te adentras algo más en él, te das cuenta de que tiene perspectivas diferentes sobre el amor que tal vez hoy en día no tenemos en cuenta.

 

Lucía Jiménez Vicente (2023)

martes, 29 de junio de 2021

Carta de una desconocida / Leporella

 


Son dos relatos cortos sin un argumento que los una, pero con una esencia parecida. Para situarse históricamente, fueron escritos en los años 20 y 30 del siglo XX. En el primero, un afamado y mujeriego escritor recibe una carta sin remitente el día de su cumpleaños. En ella, una mujer desconocida le confiesa antes de su muerte su amor secreto por él. Le explica cómo ha sido su vida, cada detalle en el que él ha estado presente y hasta qué punto ha influido en su historia. Una declaración atrasada muchos años, demasiados para el amor que le profesaba en desmedida y que rozaba, en muchas ocasiones, la obsesión.

El segundo es algo más complejo. Nos presenta una mujer de mediana edad llamada Crescenz. En lo que respecta a su aspecto físico, digamos que no nació con el don de la belleza. Es hosca, torpe, huesuda y con unos andares peculiarmente espeluznantes. Sin un ápice de feminidad, que siendo justos es lo de menos, su personalidad tampoco la salva. Es realmente desgraciada y no expresa emoción alguna. Apenas habla, lo mínimo que le requieren sus quehaceres como criada, no ríe y funciona como una máquina movida por el dinero y su rutina de trabajo. Un día, le ofrecen un empleo por el que podría cobrar el doble y, por supuesto, no rechaza la oferta. En el nuevo hogar, de alguna forma se crea cierta complicidad entre el señor de la casa y ella. Con ello, se desarrolla en su interior una fascinación irracional que no acaba de entender ella misma por el hombre al que sirve. Igual que en el relato anterior, experimenta un sentimiento muy fuerte que la cambia por completo y la lleva a implicarse en asuntos en los que antes ni se habría percatado.

Las dos historias me han gustado mucho. La primera es la fase de enamoramiento exageradamente prolongada. Es muy bonita y triste a la vez y algo frustrante. Cualquiera que se haya enamorado puede verse reflejado en algunos de los momentos vergonzosos que describe. Y si no eres de esos, el ridículo ajeno resulta entretenido o al menos curioso. La segunda, he de decir que me ha gustado más porque quizá la otra es más simple y predecible. Al principio esta me ha parecido incluso divertida y luego se ha vuelto más interesante. Desde luego es más dinámica y sorprendente. El desarrollo de la protagonista es diferente, más profundo, chocante y preocupante.

 

Margarita Rodríguez Zaragoza (2021)

lunes, 13 de abril de 2020

Novela de ajedrez




El libro trata sobre un hombre que hace un viaje en un transatlántico hacia Argentina y en el que coincide con el mejor jugador de ajedrez del mundo. Antes de zarpar su amigo le había comentado que Czentovic era una persona muy rara, pues era el campeón del mundo de ajedrez pero incapaz de escribir dos frases sin tener faltas de ortografía. Se había criado con un cura y era muy lento para realizar cualquier tarea… hasta que un día le propusieron jugar al ajedrez y salió victorioso de todas las partidas. El cura lo llevó a otro pueblo, donde un gran aficionado le pagó para que se quedara con él y así enseñarle todas las técnicas, y acabó haciéndose campeón del mundo. No tiene problema en vender su imagen por dinero, pero nunca se ha sometido a una entrevista.
Durante el viaje el protagonista se propuso sonsacarle información a aquel hombre, así que se puso a jugar en un salón del banco, por la que solía pasar y consiguió llamar su atención, pero tras ver una jugada los miró con desprecio y se fue. El protagonista estaba jugando con un hombre muy rico y competitivo, cuando se enteró de que ese era el campeón del mundo se dispuso a pedirle una partida, pero tuvo que pagar por ello doscientos cincuenta dólares.
La primera la perdió, pero a la segunda a mitad de partida apareció un misterioso hombre que le aconsejó en sus jugadas y salvó la partida. Después de eso le pidieron que jugara él una pero se negó. ¿Qué secreto escondía aquel hombre?
Al principio el libro me ha enganchado mucho ya que me interesaba saber qué era eso que ocultaba Czentovic, para a pesar de su aparente falta de intelecto ser tan bueno en el ajedrez, pero la mayoría del libro se me ha hecho un poco aburrido y el final me ha parecido muy incompleto y soso.

Cintia López Rodríguez (1º Bach E) (2020)