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sábado, 7 de enero de 2023

Sentido y sensibilidad

 


Los acontecimientos de este libro se desarrollan en la alta sociedad inglesa del 1700. Las protagonistas son Elinor y Marianne Dashwood, dos hermanas inseparables, aunque no podrían ser más diferentes. La primera es la perfecta encarnación de la razón, mientras que la segunda sólo sigue las leyes que le dicta su corazón. Elinor es la mayor de las hermanas Dashwood y representa la razón de manera ejemplar. A pesar de tener sólo diecinueve años, es el punto de referencia de su familia, que con su capacidad de comprensión y lucidez de juicio aconseja de forma ejemplar, consiguiendo frenar la impulsividad y la viva imaginación de sus familiares. En contraste con la imagen a veces fría que da de sí misma, Elinor es afectuosa, de buen corazón y capaz de tener sentimientos profundos, que sin embargo controla muy bien, con su porte y decoro característicos. Marianne, de 17 años, es la segunda de las hermanas Dashwood y representa el sentimiento. Está dotada de una sensibilidad extrema, que le hace vivir todos los sentimientos sin medias tintas. Es genuina, espontánea, impulsiva y a veces incluso demasiado sincera, poco inclinada a seguir los buenos modales, lo que la hace parecer grosera en ciertas ocasiones y lo que su hermana le recrimina.  El ideal en el que Marianne cree ciegamente es el amor incondicional y eterno, lo que la lleva a equivocarse en ciertas ocasiones. Es inteligente y apasionada al creer y defender firmemente sus ideas románticas, que a veces parecen pertenecer más al mundo de la infancia. Ideas que ella misma se verá obligada a cuestionar y cambiar en el transcurso del libro.

Tras la muerte del padre de las niñas, la finca Norland, hogar de las Dashwood desde que tienen memoria, con también gran parte de la fortuna familiar, pasan a manos de John, hijo de un matrimonio anterior de su padre. La viuda Dashwood y sus hijas se ven así obligadas a enfrentarse a una precaria situación económica, agravada por la falta de apoyo financiero del avaro John, a pesar de su promesa de ayudar a las mujeres hecha a su padre. Por si fuera poco, él, su amargada esposa Fanny y su hijo se trasladan definitivamente a la finca, convirtiendo a las mujeres en huéspedes de la casa que hasta hace poco les pertenecía. Afortunadamente, un primo, Sir John Middleton, al enterarse de la situación de las familiares, les ofrece alojamiento en su gran finca de Barton, en Devonshire. Las Dashwood aceptan y se separan de su querida casa para mudarse a la pequeña pero encantadora Barton Cottage.

Aquí sus vidas se entrelazarán con las de muchos otros personajes y sus corazones conocerán el amor y el sufrimiento.

Esta novela narra las vicisitudes sentimentales de dos hermanas que, atravesando una auténtica carrera de obstáculos, aprenderán a su costo a hacer malabares no sólo en la intolerante sociedad inglesa de finales del siglo XVIII, sino también y sobre todo en la vida. Las chicas emprenderán un viaje de maduración que acabará llevándolas a ambas a una conciencia desencantada.

 

Este libro es algo más que una novela romántica, porque nos da una visión completa de la intrigante sociedad inglesa de Jane Austen. Además, la historia es desencantada y realista, también porque coincide con el camino de maduración de la infancia a la edad adulta de una de las protagonistas. Durante la narración, me encariñé con los protagonistas y empaticé con ellos, alegrándome de sus éxitos y entristeciéndome con sus penas. Aunque el final no es trágico, me dejó una cierta amargura, porque al final Marianne, a pesar de todas las esperanzas en contrario, tuvo que abandonar sus fantasías y sueños románticos, cambiando para adaptarse a un mundo donde el dinero y el prestigio social estaban por encima del amor.

 

Carola Campailla (2023)

miércoles, 24 de agosto de 2011

Persuasión



Me encanta Persuasión por su personaje principal, Anne, que para mí demuestra que las mujeres eran capaces de sobrellevar las situaciones más duras y por la ternura que desprende.
Siendo joven se enamoró del capitán Wentworth y éste de ella. Pero renunció a él por consejo de su amiga Lady Rusell, que pensaba que era demasiado joven.
Ocho años después vuelve a encontrarse con el capitán Wentworth y está nerviosa; pero no se deja llevar por sus temores y actúa de forma natural, aunque por dentro su corazón late a cien porque sus sentimientos hacia él no han cambiado.
Su indescriptible amor, su inteligencia y su bondad no hacen que pase desapercibida en una sociedad tan vanidosa y egoísta como la que la rodea, ya que despierta en todos una ternura especial.


María Consuelo Pardo Gil (1º ESO B. 2011)

jueves, 31 de marzo de 2011

Orgullo y prejuicio


Cuando comencé a leer la novela de Jane Austen, partía ya precisamente con ciertos prejuicios respecto a la obra: conocía vagamente su argumento, la época en la que fue creada y los temas que parecían dominar entre sus páginas. Por suerte, no había visto la película con lo que al adentrarme en el libro yo misma interpreté a mi voluntad cada personaje y expresión. Desde luego, las ideas que de él tenía con anterioridad no eran equivocadas, pero desconocía que la prosa de una mujer que vivió hace doscientos años pudiera parecer tan sumamente actual. Si bien es cierto que los temas que en ella se tratan, es decir, la búsqueda ansiosa de las mujeres de un marido de “bien” gracias al cual asegurarse una vida futura acomodada - poco importa su belleza física o sus rasgos de carácter - la hipocresía, las apariencias, los protocolos de la época… todos esos que nos parecen tan lejanos y anticuados puedan resultar por momentos faltos de interés, las habilidades de Austen como novelista hacen que la lectura sea amena y agradable, por momentos divertida pero siempre enriquecedora. He de admitir que al principio tardé en hacerme con los personajes, en conocernos, en apreciarlos, precisamente porque Austen se place deteniéndose y presentándonoslos poco a poco. Pero capítulo tras capítulo vamos conociendo a la ingeniosa Lizzy, a la encantadora Jane y al altivo Darcy, entre otros, y serán personajes que nos cautivarán con sus defectos y sus dificultades para ser sinceros con el mundo y consigo mismos y para abrirse paso en un entorno poco espontáneo y natural. La novela que asombrosamente Austen escribió recién cumplidos los veinte años es una novela que nos empapa de las costumbres de la sociedad inglesa rural de finales del XVIII y nos deja en nuestro interior un retrato de personalidades para todos los gustos. Incluye por supuesto personajes de los que sólo cabe mofarse, como la frívola madre de las hermanas Bennet o su hueco primo, el señor Collins, personajes entrañables como Jane, que por momentos roza la estupidez en su infinita ingenuidad, personajes a los que tomaremos manía, como la alocada e irresponsable Lydia o la pedante y muy repelente Lady Catherine de Bourgh, anclada de lleno en el centro de los estrictos principios morales que regían la sociedad de su época. Este personaje, junto al de Darcy y las hermanas de Bingley, permiten introducir en la novela cuestiones más serias, como las diferencias sociales y la distancia que había incluso entre gentes que se podían considerar todas iguales, “damas y caballeros”, de la misma clase social. Sin embargo, Darcy demuestra que era posible cruzar las barreras económicas y aristocráticas si de amor se trataba – siempre y cuando éstas no fueran muy importantes. Cuando, en su primera declaración a Lizzy, le muestra los inconvenientes que ese valiente acto le había ocasionado por culpa de los malos modales y la falta de distinción de su familia, Lizzy no soporta ni oír hablar de esto y le rechaza con ardor, sin duda porque ella misma sabe que es cierto y en algún modo se avergüenza de su propia familia que tan a menudo roza la vulgaridad. Jane Austen consigue pintar con notable sencillez un ambiente rural y clasista cuya mayor preocupación eran las apariencias. Me pregunto hasta qué punto estas apariencias dificultaban por aquel entonces las relaciones humanas. Es decir, cada movimiento, cada frase pronunciada, cada paso en falso estaba tan protocolizado, tan preestablecido, y era tan universalmente conocido por todos qué se podía y qué no se podía hacer, que sin duda sería complicado para cualquiera adivinar cuales eran realmente las intenciones que había detrás de toda aquella tapadera asfixiante. Y es que toda la novela no relata sino un hecho que aparentemente es muy simple: el florecimiento de un amor, el enamoramiento de dos jóvenes inquietos y despiertos. Pero este paso que han de dar juntos se demora tantísimo por culpa del orgullo de clase de uno y de la falta de valor y de sinceridad de la otra. También hay que considerar que probablemente les fuera difícil conocer los verdaderos sentimientos del otro y tuvieran que desmenuzar cada comentario intentando interpretar el significado oculto detrás. A esto me refiero cuando digo que las convenciones y los valores de la época fueran obstáculos al libre despertar de un amor natural y correspondido. Hay una historia en concreto que me ha interesado por su dureza, y es la de la vecina y amiga íntima de Elizabeth, Charlotte Lucas. Por su dureza y por su realidad, puesto que seguramente su caso sería el de muchas otras jóvenes de Inglaterra en el XVIII. Charlotte se casa con un párroco estúpido y jactancioso, poco atractivo en cualquiera de sus aspectos, por temor a encontrarse soltera y viviendo en casa de sus padres cuando alcanzara la madurez. A sus 27 años, edad que actualmente nos parece incluso demasiado temprano para contraer matrimonio, Charlotte opina que se le hace tarde y que sus oportunidades de encontrar un buen marido son cada vez menores. Por eso sacrifica su felicidad y sus intereses personales con tal de escapar de su hogar, independizarse y hacerse una mujer como la que todos esperaban que fuera. Este sometimiento a las expectativas que la alta sociedad imponía a cada mujer es tan cruel y triste que incluso Charlotte le pide piedad y comprensión a su amiga Lizzy cuando le anuncia que está prometida con su primo. Lizzy comprende que no todas las mujeres tenían margen de elección y se compadece de su amiga, sin dote y poco agraciada físicamente, que tiene que conformarse con un hombre que no satisfará sus deseos en ningún caso, aunque le de acceso a una propiedad de considerables dimensiones. Esta no es la posición de Jane y Elizabeth Bennet, quienes por su despampanante atractivo, su juventud, su inteligencia, distinción y su modesta dote, podían permitirse el lujo de rechazar pretendientes. La obsesión de su madre por conseguir casarlas a ellas y a sus hermanas será un obstáculo que vencer antes de poder negarse a unir sus vidas a ciertos hombres, pero lo harán, sobre todo Elizabeth, quien no considera a ningún hombre lo suficientemente bueno para ella. Jane, más enamoradiza y menos exigente, caerá rendida a los pies del encantador Bingley, y a pesar de su inteligencia y su elegancia, no cuestionará jamás lo que se espera de ella como una buena esposa e hija. La crítica de Austen no va sin embargo demasiado lejos, pues aunque Lizzy sea rebelde y tenga inquietudes más profundas que las de su familia, al final acaba igualmente casada con un hombre rico – el más rico de los tres yernos, además – y adoptando el modo de vida que toda mujer respetable y decente debía llevar. “Orgullo y prejuicio” es una novela de unos personajes tremendamente bien perfilados, con pocos trazos pero muy distintos unos de otros, que tienen intereses, miedos y esperanzas también distintos. Austen emplea un léxico rico pero no embarullado, un lenguaje sencillo pero poético, irónico y cómico que nos hace sonreír en algunos instantes (por ejemplo, cuando el señor Bennet bromea con que está dispuesto a recibir pretendientes para sus hijas restantes) y emocionarnos en otros (ambas declaraciones de amor de Darcy, conversaciones entre Jane y Lizzy, la fuga de Lydia…). Una de las escenas que más me enganchó fue la de la visita de Lady Catherine para amenazar a Lizzy y obligarla a admitir que rechazaría cualquier pedida de mano proveniente de Darcy. Las respuestas e intervenciones de la joven Bennet son tan lúcidas, ingeniosas y tajantes aún cuando se encuentra frente a una mujer que le supera en edad, en posición social, en fortuna y a la que por lo tanto le debe respeto y sumisión, que fue todo un deleite para mí, pues el odio que había acumulado hacia el personaje de Lady Catherine fue todo de golpe desahogado. Otro elemento de la obra que me llamó bastante la atención fue la ociosidad de los personajes, y en general, de las clases altas de Inglaterra en aquella época. Viven unas vidas banales, dedicadas a visitar a tal o cual vecino y a asistir a bailes y cenas para el simple entretenimiento. Me parecieron vidas vacías, sin ningún sentido, sin ningún objetivo que perseguir, ni siquiera el de mejorar en la vida laboral, de la que carecen. Esto también demuestra que si por un lado de la moneda la sociedad vivía sin preocupaciones de ningún tipo, por otro lado probablemente la miseria y la enfermedad de las clases bajas fueran enormes para compensar esos lujos. El final de la obra, tras tantos altibajos, preocupaciones y contrariedades, es un final feliz que satisface al lector que tanto ha deseado la felicidad de la inconformista heroína. Y es que después de trescientas páginas compartiendo su transformación, su pérdida de prejuicios y el desmantelamiento de sus primeras impresiones, su enamoramiento y su frustración, yo por lo menos sólo deseaba que Darcy se atreviera por fin a declararse y que ambos protagonistas alcanzaran su tan anhelada unión.