domingo, 7 de noviembre de 2010

Las vírgenes suicidas


La primera novela de Jeffrey Eugenides es escalofriante. Con tan sólo 33 años, Eugenides publica en 1993 una historia oscura e inescrutable sobre una familia hundida en la ortodoxia del cristianismo y en el puritanismo más riguroso que provocan los sucesivos suicidios de las cinco hijas en menos de un año y medio. Comienza la pequeña Cecilia, de trece años, arrojándose por la ventana para ser atravesada por los hierros de la verja del jardín. Y la siguen sus cuatro hermanas mayores, hermosas adolescentes de cabellera rubia y ojos claros que quedan recluidas en su casa, privadas de cualquier contacto con el mundo exterior por orden de su alocada madre, quien les obliga a abandonar el instituto para protegerlas, sin saber que así las condena al sufrimiento y a un acto letal.
Resulta fascinante la forma en que el autor es capaz de crear una atmósfera extraña e inquietante, que aunque nos parece lógica en una novela cuyo tema es el suicidio de unas niñas, queda asombrosa y magistralmente bordada en este debut literario. ¿Qué puede empujar a una chica de trece años a abandonar este mundo? El tema de la novela nos sobrecoge por su intensidad y su trágico trasfondo, pues no sólo se cuenta desde el punto de vista de unos vecinos excitados en su curiosidad por lo enigmático de estas muertes, sino que en ningún momento nos desvela del todo el motivo de los suicidios. Precisamente aquí yace el enorme atractivo de la obra, lo indescifrable del deseo de morir en los más jóvenes - incluso extensible a cualquier persona sea cual sea su edad.
La historia se sitúa en un característico suburbio americano y comienza con el calor del verano, cuando, tras su primer intento de suicidio mientras tomaba un dulce baño, Cecilia consigue finalmente su meta, y así, horroriza, incluso más que a su propia familia, a los cautelosos y conservadores vecinos del barrio, que no son capaces de asimilar este incidente en su medido orden cotidiano. Los narradores son un grupo de niños del vecindario que, si ya desde antes estaban fascinados por la feminidad de estas silenciosas hermanas, a partir de este suceso comenzarán a obsesionarse por ellas, por conseguir observarlas, alcanzarlas, hablarles y, en sus más remotos sueños, tocarlas. Hay una sutil veneración a las chicas que se va acentuando conforme avanza la novela. Su deseo es tal que comienzan a espiar su casa y no hay uno que no tenga alguna anécdota que contar en relación con alguna de las hermanas mientras tanto. Incluso intentan comunicarse con ellas mediante señales de luces en la noche a través de sus ventanas o poniéndoles canciones al auricular en anónimas llamadas telefónicas. Llegan a organizar la huida de las chicas de su prisión doméstica. Son ellos, veinte años después, quienes, en sus aburridas vidas de cuarentones, nos relatarán aquellos hechos que animaron sus vidas durante una breve e intensa época, y que aún hoy no logran comprender. Acompañan esta narración con los datos de la investigación que han ido desarrollando a lo largo del tiempo (periódicos, testimonios, informes de la policía, objetos que guardan como reliquias, robados tras alguna fiesta en casa de las chicas…). Tratan así de dar sentido a lo que ocurrió en aquella casa, de desentrañar por qué unas jóvenes muchachas, que podrían haber sido felices, perdieron sin embargo toda esperanza e ilusión.
Eugenides ahonda en la profundidad de la naturaleza humana, transmitiéndonos todo tipo de sensaciones con un lenguaje melancólico y sutilmente divertido. Examina la etapa de la adolescencia como un enigma a resolver, en la que las hermanas son personas frágiles, casi adultas, pero aún niñas, con miedos y pasiones secretos, que no saben bien cómo relacionarse con el amor o con el sexo – una de ellas se rebela contra la opresiva madre y manifiesta una exagerada promiscuidad – y en la que todo se vive con una intensidad devastadora.


Gala Hernández López (2º Bachillerato E. 2010)

3 comentarios:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.