En
1938, el narrador se encuentra con Anton Hofmiller, titular de la Orden de María
Teresa, que le cuenta lo que le sucedió cuando tenía veinticinco años. El
narrador escribe su historia cambiando únicamente los nombres y algunos
pequeños detalles. Anton Hofmiller era hijo de un pobre funcionario con una
familia numerosa. Fue enviado a una escuela militar de la que se graduó a los
dieciocho años, e ingresó en la caballería gracias a un pariente lejano. El
escuadrón donde servía fue trasladado a una pequeña ciudad cerca de la frontera
húngara. En mayo de 1914, Anton fue presentado al hombre más rico de la zona,
el señor Kekesfalva, y fue invitado a la casa del mismo. Bailó mucho con Ilona,
la sobrina de Kekesfalva, y otras chicas; fue a las diez y media cuando se dio cuenta
de que había ignorado a la hija del señor Kekesfalva y no la había invitado al
vals. En respuesta a su invitación, Edith Kekesfalva rompió a llorar. Anton no
entendía qué le pasaba, e Ilona le explicó que Edith tenía las piernas
paralizadas y no podía dar un paso sin muletas, confesión que hizo a Anton
marcharse avergonzado.
Para
remediar aquello, Anton compró un enorme ramo de rosas para Edith con el dinero
que le quedaba. La muchacha le respondió con una carta de agradecimiento y le
invitó a tomar una taza de té. Cuando Anton llegó, Edith e Ilona le recibieron
con calidez, y pronto el hombre decidió que Ilona le parecía una mujer de
verdad con la que quería bailar y besarse, mientras que a Edith la consideraba
una niña a la que consolar. Cuando Anton vio por primera vez a Edith, usando
muletas y arrastrando las piernas con dificultad, quedó horrorizado. Se sintió
impotente al ver su sufrimiento y deseó vengarse de los sanos, haciendo que
contemplaran su tormento. El padre de Edith llamó a los médicos más destacados
con la esperanza de encontrar una cura, ya que cinco años antes ella era una
niña alegre con toda movilidad. Le pidió al teniente que no se sintiera
ofendido por Edith, explicando que, a pesar de su actitud a veces dura, tiene
un corazón bondadoso. Anton sintió compasión y hasta se avergonzó de su propia
salud.
Una
vez, cuando galopaba sobre un caballo, pensó de repente que, si Edith lo veía
desde la ventana de la finca, podría ser doloroso para ella contemplar su
carrera. Detuvo el galope y dio a sus lanceros la orden de trotar y solo les
permitió retomar la velocidad cuando la finca ya no estaba a la vista. Sentía
una profunda simpatía por la desafortunada Edith y se esforzó por alegrar su
existencia. Viendo cómo las niñas se alegraban por su llegada, comenzó a
visitarlas casi a diario, compartiéndoles historias divertidas y
entreteniéndolas como mejor podía. La dueña le agradeció que hubiera devuelto
el buen humor a Edith, que volvió a estar casi tan alegre como antes.
Anton
descubrió que Ilona estaba comprometida con un ayudante de notario de Bechkeret
y esperaba a que Edith mejorara para casarse con él. Se rumoreaba que
Kekesfalva ofrecía una dote a un pariente necesitado para posponer el
matrimonio. La atracción de Anton por Ilona se desvaneció rápidamente,
centrando su afecto en Edith, vulnerable e indefensa. Sus camaradas se burlaron
de él, y dejó de asistir a las fiestas en el León Rojo y lo hicieron sentir más
como un dador y ayudante. Comenzó a visitar a los Kekesfalva con menos frecuencia
y en consecuencia Edith se sintió ofendida, así que él luego le pidió
disculpas. Para evitar disgustar a la muchacha, Anton retomó sus visitas a la
finca. Kekesfalva le pidió a Anton que consultara al Dr. Cóndor sobre las
posibilidades de recuperación de Edith, pues estaba cansada de la
incertidumbre. Él prometió conseguir esa información y, después de cenar con
los Kekesfalva, habló con el Dr. Cóndor al respecto. Cóndor estaba preocupado
no por Edith, sino por su padre, quien estaba muy inquieto. Resulta que
Kekesfalva, a quien pensaban noble, en realidad se llamaba Lemmel Kanitz y nació
en una familia judía pobre. Cuando era joven, Kanitz se volvió exitoso en
Viena. Compró la finca Kekesfalva engañando a Fraulein Ditzenhoff y luego
sintió culpa. Le ofreció devolver la finca si ella se arrepentía, pero acabaron
casándose. Kanitz se hizo cristiano, cambió su nombre a von Kekesfalva y fueron
felices hasta que su esposa murió de cáncer.
Después
de que su esposa muriera y el dinero no pudiera salvarla, Kanitz dejó de
valorar tanto el dinero. Se centró en cuidar a su hija y gastaba dinero sin
preocuparse. Cuando Edith se enfermó, Kanitz lo vio como un castigo por sus
acciones pasadas y se esforzó para curarla. Anton consultó a Cóndor sobre la
posibilidad de curar a Edith, y Cóndor admitió sinceramente que no lo sabía. A
pesar de probar varios tratamientos, no había tenido resultados positivos.
Cóndor también escribió al profesor Vienneau para conocer su método, pero aún
no había recibido respuesta. Después de hablar con Cóndor, Anton se encontró
con Kekesfalva, quien esperaba ansioso en la lluvia para conocer la opinión del
médico sobre Edith. Para no decepcionar al anciano, Anton le dijo que Cóndor
probaría un nuevo método de tratamiento, generando esperanza. Kekesfalva
compartió esta noticia con Edith, quien creyó que pronto se curaría. Cuando Cóndor
recibió una respuesta negativa del profesor Vienneau, Anton convenció a Cóndor
de ocultar la verdad a Edith para no desanimarla. Aunque Cóndor advirtió a
Anton sobre asumir demasiadas responsabilidades, Anton creía que mantener el
ánimo de Edith era crucial. Anton leyó un cuento de hadas a Edith y, al día
siguiente, ella anunció que se iría a Suiza para tratamiento. Cuando Edith
insistió en pagar el viaje de Anton, este se negó por orgullo. Edith, enfadada,
expresó su desesperación y luego se disculpó. En un momento sorprendente, besó
apasionadamente a Anton, revelando sus sentimientos. Anton, confundido,
descubrió que Edith lo amaba desde hacía tiempo. Ilona le explicó que convenció
a Edith de que Anton también la amaba. Ilona instó a Anton a no decepcionar a Edith,
quien estaba a punto de recuperarse, aunque el tratamiento sería exigente. Anton
recibió cartas de amor de Edith, pero ella le pidió que destruyera la primera.
Cometió un error durante ejercicios militares y provocó la ira del coronel.
Anton consideró renunciar, dejar Austria y pidió ayuda a un amigo, que le
ofreció un trabajo en un barco. Escribió una carta de renuncia, pero recordó
las cartas de Edith y consultó con Cóndor. Descubrió que Cóndor vivía en un
barrio pobre y estaba casado con una mujer ciega. Cóndor le advirtió que, si
huía después de haber afectado a Edith, la mataría. Anton decidió no renunciar
y empezó a sentir gratitud por el amor de Edith. Aunque esperaba su partida a Suiza
para conseguir libertad, Ilona le informó que se posponía. Edith cambió de
opinión sobre el tratamiento al darse cuenta de que solo quería estar sana por
Anton. Kekesfalva suplicó a Anton que no rechazara el amor de Edith.
Anton
trató de explicar que casarse con Edith ahora podría dar lugar a malentendidos,
ya que pensarían que era por dinero o lástima. Dijo que después de la
recuperación de Edith, todo sería diferente. Kekesfalva pidió transmitir estas
palabras a Edith. Aunque Anton sabía que la enfermedad de Edith era incurable,
prometió no casarse por el momento. Antes de irse, Edith lo abrazó en un gesto
tierno durante un brindis, sellando así el compromiso. Puso un anillo en el
dedo de Anton para que pensara en ella. Anton se alegró por la felicidad de la gente,
pero cuando Edith intentó guiarlo sin muletas y cayó, en lugar de ayudarla, retrocedió
horrorizado. Se dio cuenta de que debía demostrarle lealtad, pero sin fuerzas
para engañar, huyó cobardemente. Entristecido, Anton fue a un café donde se
encontró con amigos. El farmacéutico ya había dicho a algunos criados de
Kekesfalva que Anton se comprometió con Edith. Incapaz de explicar lo que no
entendía bien, Anton negó la veracidad. Al darse cuenta de su traición, consideró
suicidarse, pero primero decidió contarle todo al coronel. Este desaconsejó el suicidio
y prometió abordar el malentendido con quienes escucharon las palabras de
Anton.
Al
día siguiente, el coronel envió a Anton con una carta al teniente coronel en Chaslavice,
y Anton partió a la mañana siguiente. Mientras se dirigía a Viena, Anton buscó
a Cóndor, pero no lo encontró en casa. Dejó una carta detallada para Cóndor,
pidiéndole que fuera a ver a Edith y le contara cómo había renunciado al
compromiso de manera cobarde. Expresó que, si Edith lo perdonaba, el compromiso
sería sagrado, y él se quedaría con ella para siempre, recuperándose o no. Anton
sintió que su vida ahora pertenecía a la chica que lo amaba. Preocupado de que Cóndor
no recibiera la carta a tiempo, Anton envió un telegrama a Edith desde la
carretera, pero no fue entregado en Kekesfalva debido al asesinato del
archiduque Francisco Fernando, que interrumpió el servicio postal. Anton logró
contactar a Cóndor en Viena, quien le informó que Edith aún no sabía de su traición.
En un momento decisivo, Anton se arrojó desde una torre.
Después,
en el frente, Anton ganó fama por su valentía, aunque la realidad era que no valoraba
su propia vida. Tras la guerra, reunió coraje, dejó atrás el pasado y empezó a
vivir como todos los demás. Sin embargo, en un momento en la Ópera de Viena, al
ver al Dr. Cóndor y su esposa ciega juntos, Anton sintió vergüenza. Temiendo
ser reconocido, abandonó rápidamente la sala cuando cayó el telón tras el
primer acto. Desde ese momento, se convenció de que "ninguna culpa puede
olvidarse mientras la conciencia la recuerde".
En
conclusión, a través de la cautivadora historia de Anton y Edith, Zweig crea
una trama emocionalmente intensa que deja una impresión duradera. Su narrativa
sutil y profunda invita a reflexionar sobre la naturaleza humana, la redención
y la persistencia de la culpa en el devenir de la vida. Una obra maestra que
perdura en la mente, recordándonos la inevitable conexión entre nuestras
acciones y nuestra conciencia.
Sofía El Omari (2023)