Clementine Lane
siempre se ha sentido como una marginada en mitad de la mar de gente a su
alrededor. Intentando formar un hogar en la gente, formar una personalidad que
encaje, que no molestará, que fuese fácil de 𝘵𝘰𝘭𝘦𝘳𝘢𝘳. Mark
había sido ese escape, por un tiempo, al menos. O eso pensaba. Un veneno que
consume y ahoga disfrado de chico de verano del ensueño.
Hasta
que vino Blythe, y todo empeoró. Todo era su culpa, todo empezó a torcerse
cuando ella apareció, todo lo malo de mi vida sucedía a causa de ella. Había
empezado desde que la conoció. O, más bien, desde que había querido besarla. Pero
eso era todo una ilusión, el único que la quería era Mark, el único que siempre
estaría ahí para ella, que nunca la dejaría. El amor duele, ¿verdad? La voz de
su madre retumbaba en su cabeza; Ella era la culpable de todo, ella le estaba
mintiendo. Así que, tenía que hacer esfuerzos, aunque no se sintiera bien,
aunque su tacto fuese tan diferente al de Blythe. Tenía que 𝘤𝘦𝘥𝘦𝘳. Y por
un momento había conseguido alejarse de todo aquel sinsentido, hasta que la
realidad volvió y su inconsciente, o consciente, la traicionó haciendo lo
último que quería hacer, besar a Blythe.
Ahora
su cerebro se había dividido en dos Clementines y por primera vez en
su vida, se defendió, se defendió de Mark sin achacarse y se fue. Todos le
cerraron la puerta, su madre, él. Su "familia" la rechazó, de nuevo. Se
marchó y creyó que se sentiría bien, libre. Pero no, esas voces, esas miradas,
esas caras, aunque ya no estuviera en ese castillo con ese dragón que la
protegía y no la dejaba respirar, todavía seguía ahí. Así que Blythe la acogió,
y le presento a Jay, una futura psicóloga. Al principio no quería ir, solo iba
por Blythe, nunca le había gustado ese término, psicólogo. Pero con el tiempo
se encontró yendo y yendo, sintiéndose cada vez más libre de sus cadenas y de
su forma pequeña, 𝘵𝘰𝘭𝘦𝘳𝘢𝘣𝘭𝘦. Entonces
se atrevió, volvió a casa de Mark, y cogió sus cosas, no sé dejo engañar por su
falso amor y se fue, de una vez por todas. Cerrando a todas las personas que la
habían hecho pequeña, que la habían hecho sentir como algo que era 𝘥𝘪𝘧í𝘤𝘪𝘭 de
cuidar.
Ahora
era su vida. Una única Clementine, la que se hacía notar, la que no se
achacaba para hacer espacio para otros. Clementine quien subrayaba
con fosforito su espacio y lo ocupaba con orgullo. Ya no tolerable, pero
humana.
Este
libro me ha encantado, desde principio a final. A momentos era algo agotador
porque es inevitable no identificarse de una manera u otra y es chocante ver
tus sentimientos escritos tan claramente y verte tan reflejada en la
protagonista, pero ha sido muy bonito, es un libro que da que pensar sobre
muchos aspectos, y lo recomiendo mucho.
Rocío Hernández García (2023)