Algunos chicos y chicas pueden llegar a sentir que
la causa del acoso que padecen está en sus gafas, en su timidez o en unos kilos
de más o unos kilos de menos. Sin embargo, la culpa de cualquier violencia
corresponde al que la ejerce. Los efectos del maltrato físico o verbal
producirán en el acosado miedo, ansiedad, retraimiento, depresión, falta
de concentración, sentimiento de frustración, fracaso escolar, baja autoestima,
constante sentimiento de amenaza, etc.
Esto tan solo es un abrir de boca de la narración
de Luis Matilla que escribe en El último
curso acerca de la consecuencia del maltrato.
Historia de ficción que tiene como fundamento
fragmentos de la realidad. Es así que, según varias encuestas, el acoso
está llegando a afectar a entre un 7% y un 10% de la población escolar.
Preocupación a la que se le puede añadir que 75 de cada 100 alumnos han sido
testigos de algún acto de violencia, en su mayoría de tipo emocional.
Testigos que, en la mayoría de los casos, decidieron mirar hacia otro lado
antes que socorrer a los que estaban siendo víctimas de aberraciones.
Como Luis Matilla escribe en este libro: la
cobardía no parte de los que no pueden defenderse, sino de aquellos que
pudiendo hacerlo por otros permanecen impasibles, convirtiéndose en
colaboradores por omisión de los agresores.
Ante un problema, la primera premisa es reconocer
que existe. Por mi parte, la recomendación de este libro nace en la necesidad
de que reconozcamos nosotros (vÍctimas, verdugos y testigos) que existe un
problema: las acciones violentas son tan habituales en nuestra sociedad que
poco a poco nos vamos insensibilizando ante ellas y ante sus desastrosas
consecuencias.
La víctima desearía que las agresiones hubieran sido
un sueño, no una realidad que salpica a todos, que paraliza y produce una
profunda perplejidad. Les daría satisfacción si fuera posible reconstruir
los malos sueños, los sentimientos aquellos que no desearían nunca volver a
revivir. Pero esto no es posible: lo cargarán a sus espaldas para siempre.
Sería lo correcto que comencemos a reflexionar toda
la sociedad sobre la posibilidad de que un día suceda algo importante de
dureza, de repente, y entonces nos daremos cuenta de que no fue tan de repente
sino un proceso continuado del que nadie se dio cuenta.
Comencemos alumnos por precisar a nuestros padres,
padres que nos ayuden a crecer, que nos orienten, que nos fijen límites a
tantas ofertas, a tanta confortabilidad, a una vida de la que hemos borrado la
palabra esfuerzo.
Una pregunta relacionada con esta nuestra
sociedad: ¿Qué se puede hacer cuando el placer de una persona consiste en
destrozar a otra, en romperla, en machacar todas sus ilusiones?
Pensemos qué está sucediendo con la ayuda de El último curso, intrigante historia de
trágico final.
Inmaculada Carreras (2º Bach F. 2013)
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