Léa, tiene 14 años, es decir, se encuentra en plena adolescencia, y esto conlleva la aparición de miles de complejos que Léa se repite constantemente. Además las circunstancias en su vida no han ayudado demasiado a que Léa sienta un poquito más de amor por sí misma: nadie le lanza piropos, tiene una relación chocante con sus padres y además nunca ha besado a ningún chico y, por supuesto, nunca iba a besar al chico más guapo de su clase, Doc Rasta.
Lo único que hace feliz a Léa son las fotos de África que empapelan su habitación, la transportan a otro continente, ese por el que siente pasión. Pero un día, su madre decide arrancar todas esas fotografías ya que tapan el papel de flores de las paredes. Cuando Léa llega del instituto y ve el desastre, se enfurece y vuelve a colocar todas las fotografías en su sitio, por cada rincón del cuarto. Este acto de rebeldía no es consentido por su madre, quien le da una buena reprimenda. Léa, harta, decide mudarse al desván. Sus padres en un principio se niegan, pero después aceptan viendo la posibilidad de aprovechar la antigua habitación de Léa para su servicio.
Al entrar al desván, una oleada de recuerdos de su niñez se le viene encima. Léa recuerda cómo ese era su lugar favorito, y también recuerda cómo creía que existía un fantasma ahí arriba, Whoo. Por supuesto, Léa estaba convencida de que Whoo tan solo era un producto de su imaginación, pero ¿realmente lo era?
Unos extraños sucesos ocurren en el desván cuando Léa se instala allí. “¿Será Whoo?”. Léa se pregunta eso cientos de veces y solo acaba respondiendo que sí cuando, Whoo le habla y le susurra que le quiere. Es así como se inicia una historia de amor bastante extraña y fantasmagórica, pero sobre todo una historia con la que Whoo conseguirá finalmente la paz eterna y con la que Léa empezará a quererse a sí misma y encontrará el amor.
Isabel Clemente Díaz (2º Bach D. 2011)