miércoles, 23 de noviembre de 2022

El chico que dibujaba constelaciones

 


Recién habían llegado los años sesenta, Valentina era una chica joven que trabajaba para una familia adinerada, como todas las mañanas, Valentina llevó al hijo de los Gómez, que era la familia a la que servía, al colegio y seguidamente iba a comprar la barra de pan del día y más tarde volvía a la casa para preparar la comida, era ya rutina para ella, hasta que un día las cosas cambiaron y un imprevisto sucedió. Valentina había pasado por esa misma calle cientos de veces, Valentina tenía la sensación de que no podía apartar la vista de ese chico con una postura despreocupada, el cabello revuelto y oscuro y con una manera muy atractiva de sujetar el cigarrillo que llevaba en el mano. Valentina estaba tan centrada en mirarlo a él que no se percató de que se había chocado contra una señora y de que la barra de pan se la había caído en un enorme charco. Gabriel, que así se llamaba el chico, se apresuró en ayudarla, con esa voz que tan atractiva le parecía a Valentina se apresuró en decir que él mismo iría a por otra barra de pan a cambio de que ella le concediera una cita esa misma semana, y ahí en esa misma calle fue cuando Valentina se dio cuenta de que ese chico iba a ser su alma gemela por el resto de su vida.

Iban pasando las semanas y Valentina y Gabriel se iban viendo y se iban enamorando cada vez más, hasta que por fin decidieron dar el paso, tenían clarísimo que eran el amor de la vida del otro, y no se equivocaban, iban pasando los años y cada vez se querían más y mejor.

Pasaron los años y decidieron dar el siguiente paso, comprar una casa, fueron mirando varios modelos de vivienda, pero no encontraban el adecuado, hasta que se decidieron por un piso acogedor en el centro de Valencia, aunque se pasara un poco de presupuesto la casa no estaba nada mal, después de haber pasado varias semanas viviendo juntos, Gabriel le pidió matrimonio a Valentina, y esa misma noche de boda, Gabriel cogió un poco de pintura y pintó una estrella en la parte superior de la pared que había justo encima del cabecero de la cama, los años sesenta no podían ir mejor.

Los años setenta fueron un poco más caóticos, pero tras la tormenta siempre sale el arcoíris, y ese arcoíris se llamaba Sofía, la primera hija de Valentina y Gabriel, en ese momento no podían estar más felices, Sofía era la luz que les faltaba, y había llegado, arrasando con todo con esa sonrisa tan maravillosa que tenía.

Llegaron los ochenta y con ellos Pablo, el segundo hijo de Valentina y Gabriel, ya eran una familia totalmente, durante esos años eran los padres más felices del mundo y todavía seguían queriéndose de la misma manera que la primera vez que se conocieron.

Un golpe duro llegó a la vida de Gabriel, su padre, el que era su gran apoyo, ya no estaba, y se notaba, pero con la ayuda de Valentina y de sus hijos, Gabriel volvió a ser feliz.

Los dos mil iban a ser años buenos, lo presentían, Sofía y Pablo eran ya mayores, habían construido su propia familia cada uno, y Valentina y Gabriel volvían a estar solos en casa, el mural de encima del cabecero había ido creciendo cada vez más, un montón de constelaciones habían sido formadas, llevaban ya cincuenta años de casados, que se dice pronto, pero su amor seguía siendo el mismo.

Las tragedias ocurren, y una mañana de invierno, la peor de las tragedias ocurrió.

Me ha encantado este libro porque está escrito desde la perspectiva de Valentina, y lo cuenta todo como si estuviera escribiendo su propio libro, que es lo que realmente está haciendo, también me gusta que esté basado en los años sesenta en adelante porque es un tipo de amor diferente al que estamos acostumbrados a leer cuando leemos historias de amor entre dos jóvenes.

 

Lucía Jiménez Vicente (2022)

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